ESTRELLAS DE SUELO
No todas las luces combaten lo oscuro. Algunas -moldeadas, cinceladas, circuladas por los huecos entre vidas- intentan destacarlo. Es que la noche es el fondo por excelencia, el lienzo ríspido y aterciopelado a la vez, donde disponer las fotografías, los hitos del tiempo.
De esa manera, lo oscuro se despoja de luto y de muerte. Nace otra vez, en otras metáforas, en cuadros que tensan la llaga de la memoria y combaten toda nostalgia. Cuadros y fotos deforman el presente. Y lo transforman.
En los textos de Iliana Tytiun el transcurrir habitual se quiebra en una serie de estampas. Así se funda un territorio donde encarnan la voz del padre, el eco de su bastón contra un suelo ya lejano, la silueta de tantas formas de las madres y las piruetas de difusos cuerpos infantiles. Son, de ese modo, recortes privilegiados de una existencia. Pero el territorio también se extiende más allá del hogar. Y por ahí circulan esas vidas entrecortadas, esos seres que una vez pasaron por delante del café donde casualmente estábamos y se ofrecieron para ser narrados. Ofrendaron su imagen, su deambular, como retoño del texto que -de sus hilachas- podía nacer.
Por suerte, no lo sabían.
Por suerte atravesaron la mirada sin saber qué haría la escritura con ellos. Si hubieran sabido que iluminaban la noche de una página deseosa de historias, hubiesen posado, hubieran velado la foto y detenido a la mano. Entonces, sin contraste posible, fondo negro e imagen negra se hubieran clausurado en esos instantes de la vida que aturden y encandilan sin luz. No se pueden escribir. Y noche con noche da tristeza. Tristeza, como la entendía Spinoza una disminución del grado de potencia. Podríamos decir, en el caso de estos relatos, una atenuación de la intensidad en la luz.
Sin embargo, la escritura de Iliana -en esa vuelta que no es retorno, sino proyección sobre lo oscuro- rescata esas proezas mínimas del azar -esas porciones de la biografía y del entorno- y pone, del lado del ruedo, aun a la muerte y a la desdicha.
Nadie escribe para morir.
Nadie escribe para volver a sufrir.
Nadie escribe para conrmar su tristeza.
La alegría consistiría, entonces, en hacerse con la máxima potencia. Hacerse, dije bien. Porque sólo una acción, es decir, una trasmutación de partes de lo real para fundar otra realidad, homenajea a la fuerza. Si no, basta ver la imagen de esos dos hermanos -la única foto del libro- que hacen foco en el futuro, para garantizar a la mirada adulta que el juego siempre recién empieza.
Nadie deja de morir por escribir. Pero, mientras hace foco al cielo, mientras funda la letra sobre la noche de la página, le saca la lengua a la muerte y la desafía. No te será así de fácil en este territorio. No, mientras yo haga foco.
No todas las luces combaten lo oscuro. Como estrellas de suelo a cielo, algunas se hermanan con la noche.
GABRIELA STOPPELMAN